[vc_row attached=”true”][vc_column width=”1/2″ css=”.vc_custom_1518203114147{margin-bottom: 10px !important;}”][vc_single_image image=”2771″ img_size=”medium”][/vc_column][vc_column width=”1/2″][vc_column_text css=”.vc_custom_1518202806105{margin-bottom: 0px !important;}”]Un famoso estudio de la Universidad de Kansas, en 2014, demostró que a los tres años de edad, e incluso a los 18 meses, la brecha en la cantidad de palabras que niñas y niños manejaban, dependía en total medida de la cantidad de palabras que escuchaban en el hogar. Además, afirmaba que dicha diferencia constituía una enorme brecha educativa y que, peor aún, esta era acumulativa, es decir, que ese retraso significaría muy probablemente seguir acumulando nuevos retrasos posteriormente en la vida.

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text css=”.vc_custom_1518202820646{margin-bottom: 0px !important;}”]La diferencia entre privilegio y mérito es relativamente simple de explicar. Cuando decimos que obtenemos algo por mérito, queremos expresar que ha habido un esfuerzo, una decisión conciente, una capacidad y una voluntad, las cuales han ayudado a esa persona a obtener dicho resultado. En cambio, el privilegio es lo contrario, es cuando obtenemos algo precisamente, sin mérito, por gracia, gratuitamente. Por eso podemos decir que la vida es un privilegio, no hicimos mérito alguno para obtenerla, o podemos decir que un ascenso en la empresa debiera ser el resultado del mérito, porque responde a un premio por nuestro desempeño.

Los niños que a los 18 meses han escuchado más de 30.000 palabras en el hogar (que en el estudio de la universidad de Kansas son los más aventajados) no lo hicieron por mérito. Tuvieron la fortuna y el privilegio de nacer en una familia donde probablemente hay más de un profesional, donde las conversaciones de sobremesa son ricas en conceptos y temáticas.

Por mi parte, soy conciente que parte importante de mis “logros” en la vida, son el resultado en buena medida del privilegio antes que del mérito. Nací en una familia bien constituida, de clase media profesional, con padre y madre vivos, cariñosos y presentes. Pudieron enviarme a un colegio privado razonablemente bueno, lo que me permitió alcanzar el puntaje suficiente para entrar a una universidad tradicional, en donde además de un título profesional, obtuve una red de contactos y amigos que fueron fundamentales al menos en los tres primeros trabajos que obtuve.

Por supuesto que esto no es en blanco o negro, y algún esfuerzo aporté, pero quiero reflejar que sin esos privilegios, por más esfuerzo y entusiasmo que hubiese puesto, probablemente no habría alcanzado la mitad de las ventajas que hoy tengo y que, por suerte, estoy en condiciones de transmitir a mis hijos.

Cuando decimos que el sistema público de educación tiene la responsabilidad de asegurar el derecho a la educación de calidad de todos y todas, significa que el sistema, para ser equitativo, no solo debe ser justo en el acceso y la cobertura, sino que debe proponerse ofrecer oportunidades iguales, compensando las brechas que traen niñas y niños desde el hogar. Por este motivo, es imprescindible poner más recursos donde más se necesita, poner los mejores docentes en las escuelas más vulnerables y en donde los estudiantes tienen mayores necesidades. No debemos olvidar que la obligación del Estado es asegurar la educación de calidad para TODOS los estudiantes.

Por todo lo dicho anteriormente, es que aún no logro entender que el programa de la candidatura del ex Presidente Piñera insista en reponer la selección en las escuelas y liceos de Chile “en base al mérito”. ¿Cómo evitaremos estar premiando otra vez el privilegio en lugar del mérito?

En el pasado, la selección contribuyó significativamente a convertir el sistema escolar chileno en uno de los más segregados del mundo, incapaz de reducir las brechas de origen y no pocas veces, acrecentándolas. Para ello, la selección (que en su mayoría no era la elección de los padres sobre la escuela, sino la elección de la escuela sobre los padres), alcanzó su máxima desigualdad en los llamados “liceos emblemáticos”, nombrados así por sus altos resultados, pero en los cuales, sus procesos de selección les permitían descremar la matrícula para quedarse solo con los mejores alumnos. Como alguien escribió, eso equivale a que un hospital aceptara ingresar solo pacientes sanos a sus prestaciones de salud, y después se vanagloriara de la incomparable buena salud de sus pacientes.

En educación la selección es injusta porque, como vimos en el segundo párrafo, eso constituiría un privilegio -ya que buena parte de sus resultados se debe a que pudieron elegir a sus estudiantes- antes que un mérito, donde lo relevante sería la eventual calidad académica de la institución.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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