Columna de Eugenio Severin, publicada en Entrepiso.cl

 

La insistencia del gobierno por el pronto retorno a las clases presenciales, cuando para la mayoría de los estudiantes y docentes no están dadas las condiciones que el propio gobierno ha definido en su plan “Paso a paso”, ha intentado justificarse de varias maneras.

La primera, completamente legítima, es que para las familias es una verdadera complicación la presencia de niñas y niños en los hogares, especialmente los más pequeños en hogares vulnerables y de clase media, ya que ello dificulta las posibilidades de sus cuidadores (el padre, la madre o ambos), para trabajar y así mantener los ingresos familiares.

La segunda ha sido el impacto que la ausencia de las clases presenciales pueda tener en los aprendizajes. Este impacto, aunque puede parecer de sentido común, es menos claro. Primero, porque no es del todo claro contra qué debe establecerse la comparación, para medir las pérdidas ¿en relación con el currículo? ¿con los resultados del SIMCE? ¿los resultados de PISA? ¿las tasas de aprobación y promoción?

Lo que ha ocurrido en los últimos meses, producto de la pandemia, es lo que en muchas publicaciones ha sido descrito como “educación remota de emergencia”. Esto quiere decir que, dado el contexto sanitario, escuelas y docentes han hecho un esfuerzo enorme para mantener el proceso educativo. Según datos del Banco Mundial, este esfuerzo ha tenido como resultado, a nivel global, que aproximadamente un tercio de los estudiantes han logrado acceder a una continuidad educativa razonable, otro tercio a experiencias muy pobres, y un tercio no ha tenido ninguna oportunidad de continuidad educativa.

En Chile, la situación parece ser bastante mejor, según varias encuestas desarrolladas por organismos de la sociedad civil, en donde aparentemente cerca de la mitad de los establecimientos han dado una razonable continuidad educativa, mientras otro grupo importante ha logrado desarrollar actividades de menor intensidad, dejando a entre un 10 y 15% de estudiantes sin apoyo relevante. Un informe del Banco Mundial difundido por el mismo ministerio fue claro en señalar que las medidas de mitigación habían sido insuficientes.

Frente a esta realidad igualmente preocupante, es que el ministerio ha sido insistente en demandar el que, apenas las condiciones sanitarias lo faculten, deben volver las clases presenciales, ya que la educación virtual no habría resuelto adecuadamente las necesidades educativas.

Sin embargo, el argumento tiene varias aristas cuestionables. La primera ya la mencionamos: ¿Cuál es la evidencia que sustenta esta frase? ¿contra qué se compara? ¿son meras percepciones y opiniones? La segunda es que, a diferencia de lo afirmado por el propio ministro, nadie parece “cómodo” en la situación actual. Padres, docentes y directivos se resisten a volver, no porque estén contentos en el contexto de educación remota, sino porque tienen miedo. Más de 12 mil muertos en nuestro país me parece que justifican la preocupación.

El tercer problema de la argumentación del MINEDUC es que equipara la educación remota de emergencia con la educación virtual. Esta última, tiene una larga tradición y un rico desarrollo reciente en muchos lugares del mundo, con plataformas de aprendizaje cada vez más potentes, simples y amigables, y ejercicios de diseño instruccional cada vez más sofisticados y ricos en medios y lenguajes. Pero no es educación virtual lo que están haciendo la mayoría de las escuelas, es educación remota de emergencia.

Parece poco probable que podamos tener educación en una “nueva normalidad” antes del segundo semestre del 2021, cuando tengamos vacuna testeada, aprobada, fabricada y distribuida en Chile. Mientras tanto, sería ideal que, en aquellas comunas y escuelas con bajas tasas de contagio, con rigurosa trazabilidad y con estrictos protocolos sanitarios, allí donde se pueda, exista la posibilidad de algún tipo de presencialidad. Pero lo cierto es que, pese a todas las dificultades que importa, esta no será la realidad masiva y permanente del sistema educativo chileno en los próximos meses.

Por lo mismo, junto con preparar el posible retorno (paulatino, controlado y seguro), el foco prioritario del MINEDUC debiera ser asegurar que ningún niño, niña y joven en Chile va a perder oportunidades para el aprendizaje en los próximos meses. Eso significa, como condición de base, que todos acceden a dispositivos digitales, conectividad, plataformas y recursos. Pero más allá de eso, que los profesores y profesoras reciben apoyo para transitar lo antes posible desde la actual educación remota de emergencia, hacia condiciones para una verdadera educación virtual, que obtenga provecho de las herramientas disponibles en beneficio del aprendizaje. Hacerlo no sólo es una prioridad urgente, es también una inversión clave para que el futuro de la educación pueda sacar partido de la educación virtual como oportunidad para el aprendizaje rico, autónomo y significativo de los estudiantes del siglo XXI y facilitar el trabajo de enseñanza pertinente de los docentes, con plataformas que ayuden a la diferenciación, la evaluación más rica y el seguimiento del aprendizaje de niñas, niños y jóvenes.

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